5.3.07

Mundillo Cooltural
Chilanguitas-Tepito

!Ahora resulta! Que lo norteño cachondea a las chilangas. Por lo menos es lo que me han dicho algunas desde entornos distintos entre sí. "El tonito norteño es excitante... nos pone como "así... !es cachondo, para que me entiendas!", me dijo Dany, una estudiante de la UNAM, clase media -media jodida-. Una semana después una fresita de la Ibero en un bar de la Condesa me preguntaba curiosa "¿De dónde eres?","De Tijuana"- le respondí rutinariamente. "Es que tu acento es muy particular"; me respondió La guerita ygrandota Sabine."¿Cómo... es muy norteño? ¿Lo tengo muy marcado...?.", le inferí tal vez preocupado. "!Nooo! Es lindo. Me gusta más que el de los chilangos" (supongo que se refería al de los de su clase). Una semana después, en el Claustro de Sor Juana; la hermosa y casi adolescente Sabine interrumpía nuestra conversación sobre los narradores rusos (de la que es fanática) con unos "!Me encanta tu acento...!". Ahora yo procuro, en la primera oportunidad, hablarle al oído a las chilanguitas de buen ver.
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Para rematar el "glamour" que a veces me salpica por hecho de vivir en Polanco, estudiar en la Ibero Santa Fe y hacer las tareas con mis compañeritas de San Jerónimo; el otro día un Mercedes Benz blindado, con chofer y todo, fue a dejarme a las puertas de mi dulce hogar. El Mercedez negro -y el chofer, no tan negro- pertenencen nada menos que a Antonio Navalón, el empresario español que tanta polémica ha causado con su proyecto de Tijuana: La Tercera Nación. ?Trae un blindaje del 8, hecho en Alemania?; me presumió el representante del Grupo Prisa , a quien en la Ciudad de México alguna vez intentaron secuestrar mientras que en Tijuana puede andar a pie tranquilamente y a cualquier hora. !Qué paradoja!, los madrazos en nuestra ciudad no han venido de los raterillos ni mafiosos, sino de muchos artistas (bueno, finalmente otro tipo de mafias). Navalón también vive en Polanco, aunque en realidad gran parte de su vida la pasa trepado en aviones y hoteles de todo el mundo y atiende 200 llamadas en su celular (y eso que no le pasan la mayor parte). Bueno, el caso es que por arte y magia del alquimista de la Tercera Nación, me trasladé como pavorreal henchido en flamante Mercedez Benz negro a prueba de balas, para una vez dejado en mi destino regresarme a cumplir un antojo de chelas que me agobió. Acto seguido me trepé a un microbus repleto; tuve que hacerlo por la puerta de atrás, y pasar de mano a mano mi pago de 2.50 pesos que llegaron sudados hasta el chofer. No cabe duda, soy un hombre de contrastes: En un lapso de 15 minutos mi sagrada anatomía reposó en vestiduras de piel negra de auto alemán lo mismo que viajó aprisionado entre sudados chilangos en hora pico, con mis piernas prácticamente de fuera sobre el Paseo de la Reforma.
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Soy una rata en el Distrito Federal. Comomillones de chilangos que se pasan media vida en el subsuelo, el inframundo. En los túneles del Metro. Ahora entiendo a cabalidad la canción El Metro de Café Tacuba. Te puedes quedar a vivir en un vagón una eternidad. No te faltaría nada: botanas, vicio, comida, discos, utensilios de limpieza, ropa, sexo; en fin, todo lo que te ofrecen los vendedores y el resto de los pasajeros. Sí de por sí mi sentido de orientación es precario, en el D.F. de plano no existe. Conozco la metropoli más bien por referencias abstractas: Tacubaya, Balderas, Barranca del Muerto, Pino Suárez, Salto del Agua... Cuando llego a descubrir una zona nueva en la superficie, me sorprendo de lo mucho que se pierde uno viviendo en bajo tierra. Y sin estar muerto precisamente, sino disputándote el espacio vital con miles de descalzonados, que has de cuenta que saltan de los vagones como ratones a los que se les ha abierto una coladera. Literalmente. Al principio quería regresar madrazos, pero he terminado por entender que los mochilazos, los empujones y pisones (aquí se me acabaron mis estilizados tenis Puma) son de lo más normal en esta jauría de capitalinos que corren y corren por pasillos, escaleras y andenes, intentando alcanzar la superficie, o el próximo vagón que los conectará a otra ruta. Es desgastante caminar los miles y miles de metros bajo el suelo, y aparte lidiar con el resto de cristianos que no tienen ningún empacho en arrollarte o aplastarte. En las hora pico, es el acabóse; a los vagones-ratoneras, retacados, hay que entrar a madrazo limpio. Lo que me caga es que a esa hora separa a las mujeres, y ni chanza de fajes o restregones como que sirva de consuelo. En cambio hay que compartir el oxígeno vital con la bola de hediondos; eso sí, algunos muy trajeados, pero los que muchas veces no cargan ni un billete de cien pesos en la bolsa. El otro día ví a un cabrón que casi huía con un dvd player marca "Mitsubi" (ni siquiera sé si existe) y casi volaba por los andenes porque ya era noche y se le hacía que le robaban su tesoro. Pobre, seguramente en el aparato era el producto de un buen rato de ahorros. Pero era en esos momentos su mejor posesión, tal como algunos chilangos cuidan a cualquier araña como la princesa de su feudo. Qué diferente es el submundo de toda esta bola de desesperanzados al del "otro México" de Santa Fé, la Ibero, El Pedregal. El D.F. es un gran performance, un microcosmos del que tendría mucho que hablar y que por ahora tendré que dejar "para después".
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La banda de Tepito es cabrona. Ya se sabe. Pero hay mucho más.Bastante se habló hace algunos años del incendio en la disco Lobohombo. Se habló de tráfico de influencias y de la negligencia en las medidas de seguridad que provocaron miles de muertes tras "el corto circuito". Pero nadie mencionó que fueron unos ñeros de Tepito los que aventaron algunas granadas expansivas, para vengarse de los propietarios que horas antes los habían corrido del local cuando estos fueron a cobrar el alcohol adulterado que proveían al antro. "Esto la van a pagar...", sentenciaron los tepiqueños, y concluyeron una acción que no dista mucho de los atentados que tanto se estilan en Europa. Y pensar que entre la gran gama de mafias defeñas, las hay peores que las de Tepito (que ya es mucho decir): la de los coreanos. En fin, un mundo asquerosamente cautivante.class=Section3>

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