26.2.07

Mundillo Cooltural
Oaxaca

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A las flaquitas tetoncillas de pezones oscuros y erizados, barro tierno y suave que tanto inquietaba mis noches bajo cielo oaxacaqueño. A ellas va dedicada esta columna. Y a Fanny.
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Las "marías" de la Revu no son las oaxaqueñas; quítense esa pinche idea. Esa plaguita que explota la lastima de los gringos corresponde a un grupo étnico muy determinado de la sierra mixteca. Las oaxaqueñas son las que por Santo Domingo, el Zócalo, los mercados y las plazas, las escuelas y bibliotecas, los bares y galerías, por pueblos como Mitla, Teotitlán o Pochutla; transitan y pululan contoneándose bajo el escrutinio de, por ejemplo, la mirada tierna e inofensiva de este servidor. El mismo que no puede sustraerse de la fantasía instantánea que me siembran esas siluetas espigaditas, de nalguitas alzadas y apretaditas, tetas que como un par de brújulas las conducen por los caminos empedrados de Oaxaca y de mi calentura. ¡Dios!, lo mismo vestidas a la moda que con sus vestidos típicos; igual con jeans ajustados (y ajusticiadores "ahí" donde más se lo merecen) y blusitas ombligueras, o bien, con vestidos largos y delantal, las oaxaqueñas me son una invitación a una jornada agobiante bajo sábanas encendidas.
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Oaxaca es un paraíso para alguien que busque la belleza natural de la tierra, la exquisitez de la comida realmente mexicana, la relativa tranquilidad de una ciudad que guarda aires de provincia, la sabrosura de las mujeres con rasgos muy indígenas, que precisamente no están peleados con las facciones finas, los rostros lindos (¡y delgaditas! No cambio a una de ellas ni por cinco de esas celulosas de papada cervecera que tiran rostro -y mierda- en la Plaza Fiesta e, incluso, a veces en los eventos culturales tijuaneros). Pero sobre todo Oaxaca es cultura, es arte vivo. Solamente en un jueves cualquiera que me tocó allá fui testigo de tres inauguraciones de exposiciones plásticas y la presentación de una revista. Oaxaca, con galerías repletas de pintores que sí pintan y, sobre todo, que sí venden, y venden muy bien. En cuánto al arte del grabado oaxaqueño ¡qué más se puede decir!, en la capital del estado hay tantos talleres de impresión gráfica como en Tijuana hay farmacias y casas de cambio. Sus bibliotecas no solamente son abundantes en sus acervos, sino que las hay especializadas, es decir, unas enfocadas nada más a los libros sobre fotografía, otras a la pintura, la historia, etc. Por cierto, los espacios para que los artistas muestren su obra no se limitan a los museos, galerías, peñas o espacios oficiales; lo común es ver obra colgada en todo tipo de bares, discoteques, restaurantes y cafés. Recuerdo con especial entusiasmo y humedad la inauguración plástica en el Bar Los Danzantes. Ahí colgaron obra las chicas pintoras de muy buen ver Gabriela Carrasco y Lorena. Esa noche, yo, al punto pedo, y caliente, en cinco minutos planeé una colectiva de pintores jóvenes oaxaqueños en Tijuana. ¿Ocurrencias de borracho las mías?, digo... hasta las instituciones más "serias", como el Cecut, Imac o Icbc iluminan sus proyectos ambiciosos en circunstancias hasta más mundanas. "¡Qué me cuentas a mí que sé tu historia!".
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Francisco Toledo, soberbio, más que eso, indiferente; cansado, ermitaño, intolerante con los periodistas. Todo lo generoso que no es para los reflectores lo es para su Oaxaca. A esta tierra le ha donado varias casas (casonones) en las que llegó habitar desde su adolescencia. Ahora son museos o galerías, como por ejemplo, "El Pochote", un espacio dedicado a un cine club en cuyo florido patio se ubica una pequeñita tumba, con veladora, flores y fotografía dedicada a "la chola", una perrita que tuvo el pintor. A Toledo se le ha criticado que acabara la cultura de Oaxaca, a lo que responde "Oaxaca es mía". Las obras pictóricas y gráficas que le ha donado a su estado se cuentan por cientos y cientos, con el consabido valor material millonario que ello conlleva. El artista que logró combatir el afán expansionista de McDonalds cuando pretendía instalarse aledaño al Zócalo de Oaxaca. Toledo en mensaje de protesta repartió tamales entre los trausentes y turistas: ¡Quieren cambiar este manjar por una hamburguesa andrógina (supongo que gritaba con su gesto mudo). Atosigado por Hacienda por evasión de impuestos calculados en 3 millones de pesos, Toledo donó toda una colección de obra; en el Centro Histórico de la Ciudad de México me tocó ver colgados los estandartes promocionales de la exposición que reúne estas obras y cuyo título resume la sutil y generosa respuesta para Hacienda: "Cuadernos de la mierda". Francisco Toledo va y viene por las calles adoquinadas o empedradas, por las construcciones majestuosas; sigiloso, activo, absorto en algún dibujo o cuadernos, entregado a lo suyo; paso lento y firme, con un discreto y amable orgullo que comparte con el resto de los oaxaqueños: el de pisar suelo considerado por la ONU Patrimonio Cultural de la Humanidad.
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Qué lindo es enpedarse y atragantarse con pocos pesos. Mi primera sorpresa fue en el "Tomás Inn": Primera "Sol" seguida de un caldo de mariscos; segunda "Sol", coctelito campechano al lado; otra cerveza, y viene un ceviche con muchas tostaditas; y así siguieron desfilando calamar asado, tamal oaxaqueño, "almohaditas", mojarritas fritas, uffff. El "Tomás Inn" y "La Red" son unos restaurantes-bar que te dan "la media"de cerveza a 15 pesos y son rete desprendidos con su botana (¿botana?) porque creo tienen como giro alterno marisquerías. La cosa es que con 80 pesos sales pedo y atragantado como pelón de hospicio y, aparte, bien "filoso", por aquello de tanto marisco. Dato curioso: a estos sitios no llegan los turistas, no les interesan a sus propietarios, es para los oaxaqueños. Y alguno que otro periodista que tiene la suerte de contar con buenos "conectes" en tierra zapoteca, y que puede evitar esbozar una sonrisa melancólica y frustrada cuando recuerda que en los congales de Tijuana muy agüevo te ponen algunos cacahuates muy salados, o en el mejor de los casos, como en "El Turístico" dos taquitos de picadillo (nada más en la hora feliz) pero con la condición de que antes te empujes dos caguamas más tibias que mi zona testicular.
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Teotitlán del Valle es un rocinante y próspero pueblo, el más privilegiado del estado, a 25 minutos de la capital (cuesta 5 pesos llegar en autobús urbano). Famoso mundialmente por sus tapetes, los cuales llegan a valer varios miles de pesos (uno de 3 mil 4 mil pesos es muy barato), Teotitlán destila su bonanza, hasta los perritos se ven contentos. A mí me llamó mucho la atención cómo sus habitantes conservan sus costumbres pueblerinas, la sencillez en el vestir y el trato y sobre todo, su lengua autóctona, en combinación con sus carrazos del año y las inmensas casas, de materiales muy caros, grandes arcos e inmensos corredores pensados para sus irrenunciables fiestas. Y de sus mujeres, ni qué decir, ya saben como me emociona el tema. Eso sí, lo que los hombres tienen de feos (¿verdad que me entiendes Beto Ruíz?) los morras lo tienen de chulas. Sus tiendas de abarrotes te venden cervezas que ahí mismo te puedes chupar, algunas hasta mesa de billar tienen. Teotitlán del Valle fue sede y dominio del imperio zapoteca. Carga con un buen de historia, pero lo que más importa ahora es su gente, muy hospitalaria, tal como la familia del buen amigo el pintor Alberto Ruiz.
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Zipolite, las bondades del cielo y el infierno juntitos en una sola playa. Pero de ella les hablaré la próxima vez. Mientras tanto les dejo la recomendación de contemplar una visita a Oaxaca.

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