9.3.07


amarga navidad
!no quiero, no!

La vida está en otra parte. Me digo una y otra vez en este encierro, y en pleno Distrito Federal, el cautiverio pesa más. Pero así es la vida. Así es mi vida. Después del convivio de fin de curso con mis compañeros periodistas becarios en la Ibero, con rica y abundante comida y mucho, mucho tequila, pagué mi penitencia. Dí un mal paso y me desgracié el pie derecho -que ya de por sí traía lastimado de 10 días atrás- y mi juerga terminó temprano. Para más tristeza, el doloroso hecho coincidió con mi cambio de departamento -es decir, ya no en Polanco, en el glamour de las boutiques y las niñas bien que pasean a sus perritos-, en una azotea de la Roma Sur (!la Roma Sur!, hasta en eso soy un fracaso, yo que pretendía pernoctar en los altos de La Casa Lamm, en alguna galería o café, o en la calle Orizaba, donde vive una niña de mis sueños etéreos, pero mi ignorancia me trajo aquí, muy lejos de la Roma, la mera Roma. Me siento en la periferia, tan cerca del Víaducto y tan lejos del Paraíso), a donde hube de llegar a pasar mi primer noche dolido y abandonado. Al amanecer del sábado, aquí, solo, muriéndome del dolor en el pie, sin saber qué hacer, con mis compañeros que ya puestos a retirarse a sus ciudades, más que nunca recapitulé mi condición solitaria con la conclusión de saber que, finalmente, donde quiera estoy solo, porque realmente en ninguna parte me esperan.
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Como pude llegué al Hospital de Xoco, (instancia pública), hice la espera en la Sala de Urgencias, y como adivinando mi especial estado tan susceptible un grupo de coros cantando villancicos hizo su aparición en la sala. Nunca había escuchado tan atentamente el Noche de Paz y nunca había asimilado tan vívidamente su mensaje de bondad. Vi como algunas personas que esperaban derramaron algunas lágrimas, creo que no tanto por el dolor físico sino que, como yo, se sentían desamparados, solos, abandonados en un pesar sin compañía. Me tomaron radiografías y los doctores concluyeron que no era traumatica mi lesión sino posiblemente un nivel muy elevado de ácido úrico. Como sea, me reconfortó no salir entablillado o enyesado de ahí, ese es un soberano problema en la Ciudad de México. No obstante salí más adolorido de mi pie, rengueando, haciendo un gran esfuerzo para caminar algunos metros, subir y bajar un puente para poder llegar hasta Sumesa, y comprar la medicina recetada y algunos víveres (jamón, queso, pan, tortillas, chiles, un queso raro, jabón, etc.). Y comenzó mi encierro, mi calvario, como un tigre de circo enjaulado y con la pata encadenada. Dando brincos en un sólo pie en unos cuantos metros. Y el dolor y la inflamación que no disminuyen . Y en plena época navideña, cuando las nostalgias más invaden y me traen a la mente otras tristes, otras muchas tristes navidades que han pasado por mi vida.
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Okey, el encierro me ha servido para leer tanto que tengo pendiente. Algunos libros, algunas revistas que ya podré leer, documentos que debo ordenar. Y qué cruel es estar sin televisión (de hecho prácticamente nunca la veo, pero tengo la costumbre de tenerla ahí, encendida, para no sentirme tan sólo) y tener que sentirse como viviendo en el pasado oyendo puro radio. Ya me conozco todas las estaciones del D.F. (y hasta eso, estoy maravillado, no todo es pura banda o locutores payasos, además de estaciones de rock clásico y ochentenos, y de baladas románticas de las de antes; hay muchas de música mexicana, boleros, danzones, mambos, etc, con locutores viejos y con el sabor de la radio de antaño. !una delicia!) y las he disfrutado en la medida de lo posible. Pero no quiero llegar así hasta la navidad. Ya son cuatro días. Las noches, las tardes y las madrugadas se suceden interminablemente y mis horas de vigilia o sueño no distinguen entre unas y otras. Mato el tiempo comiendo tacos de frijoles, sanwiches de jamón helado, palomitas de microondas, cervezas (para ahorrar el agua) y algunas noches un poquito de mota para disfrutar la música en la penumbra de mi vida. Hoy tuve que salir a hacer una cita al Xoco, pensé que ya estaba mejor, y no, apenas al primer paso regresa el dolor, la aflicción. Comí un caldo de gallina, compré cervezas, palomitas, galletas, frijoles de lata, agua; puras chucherías que me entretengan mientras me dure este cautiverio. Se me pasan las horas en puro leer, comer, leer, oír música, tristear. Se acerca la Nochebuena y lo más seguro es que me agarre en las mismas condiciones. Salir a la calle para cualquier pendejada es un calvario. Los taxistas se hacen que conocen menos que tu y te dan vueltas y vueltas para cobrarte más, el Metro no lo puedo tomar porque terminaría aplastado en los primeros minutos (si en situaciones normales es de por sí peligroso) y las pocas calles que logro medio caminar aparte de lastimosas, resultan penosas; la gente se te queda viendo curiosa (y eso que estoy amputado ni tengo alguna deformidad) o se muestra hostil. El otro día llegué a preguntar por una medicina a una farmacia, y la doña que atendía me vio desconfiada, con miedo, pensó que era un asaltante. Me encabronó, me dieron ganas de decirle !No, no soy un asaltante! Pero sí tengo el carácter fuerte y me encabrona que te asustes !me dan ganas de tirarte un chingazo!. Los días pasan y no mejoro. Ayer recordé una navidad, cuando tenía 12 años, la pasé bien, con la cena, los regalos y esas cosas, y también un tanto inconsciente, porque mi mamá había estado varios días enferma, por un golpe en el tórax. Todo lo que fue la velada se la pasó acostada, dormida. A la hora de dormir, me fui a acostar a su lado, y hasta entonces intuí su sufrimiento, su abnegación, su abandono. Y lloré un poco. Hoy lo he hecho de nuevo, por los recuerdos, por su amor que ya nunca tendré a mi lado.

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